04 abril 2006

Estambul V

Y entonces, empezaron a iluminarse las bocas de hierro, pero no a bramar, sino a encenderse como una brasa, y volar bala gaviota espuma, bañarnos bálsamo para nuestra vida tan cansada. Una para cada uno de nosotros, separando nuestros huesos, haciendo volar la carne como mariposas africanas, quemando la piel seca de sol y sal. Voló mi cabeza de las primeras, y en cubierta la bala la mondó como una patata, describiendo suaves círculos perfectos, primorosamente mordió los ojos y los vació sin un ruido. Danzaba la metralla entre la tripulación, tenuemente nos abrazaba y se hundía en nuestras carnes como un beso metálico. Desde mis cuencas vacías veía levantarse cuerpos de viejos marinos como si fueran bailarinas, como velos azafrán o índigo entre las carnes destasadas de muchos a quienes ya ni reconocer podía. Y bañó la sangre dulcemente cada rincón, unió nuevamente este grande cuerpo de madera, se mezcló con el vaivén de los cañonazos contra el costado. Nos perforaron, batieron, azotaron, arrasaron, acunaron durante largo rato. Y en medio del humo silencioso, algunos vislumbraron la bandera azul con una estrella dorada. Y en ese silencio oimos las risas de las mujeres, que odiaban y amaban la guerra, que nos esperaban desde siempre en cada casa, en cada corazón marchito que arrastrábamos de puerto en puerto.
Aunque muchos viajes tuvimos después de ese, ninguno de nosotros fue nunca más el mismo.

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